La escuela de Atenas

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viernes, 9 de septiembre de 2016

Heráclito y Nietzsche

Dos cúlmenes de la filosofía, a menudo similares, cada cual en su época. Se ha dicho que ambos poseen una analogía histórica, de modo que ocupan una posición similar dentro de su época.
                En primer lugar debemos resaltar el fuerte carácter de ambos, despreciativo, contrario a la masa, poseedor de una visión única del universo. Ambos condenaron bajo su crítica todo lo criticable de su época, pocos autores fueron quienes se salvaron: en el caso de Heráclito se trata de Teutamo, que había dicho que “la mayoría de los hombres eran malos”; en el caso de Nietzsche, el existencialismo de Sartre o el relativismo de Montesquieu. Por lo demás, todo orden reinante fue punto de mira para sus agudas miradas.
                Ambos poseían aires de grandeza: esperaban del mundo más de lo que obtenían, de modo que esto provocara una desconfianza casi brutal hacia todo lo que les rodeaba, tanto la sociedad como el orden político, inmersos cada uno en una especie de ascetismo orgulloso. Casi llega a parecer Heráclito Zaratrustra cuando dice que “Dios llama niño al hombre del mismo modo que el hombre designa a un niño pequeño”. Así, Zaratrustra dirá que “el hombre es un mono para el superhombre, y le causa la misma vergüenza que el mono se la causa al hombre.”.
                Derivado de lo anterior, se desprende una gran voluntad que insta a cada uno a llegar todo lo alto que su naturaleza le permita, y junto con tal conocimiento y sabiduría, a la par, una conciencia total de autodominio. Este individualismo que otorga al sujeto la necesidad de combatir contra el medio para llegar a ser él, dictar su vida a través de su propia experiencia, no está lejos de aquella enseñanza que emana constantemente en Nietzsche de que aquella mitad de la vida que es sufrimiento es fundamentalmente necesaria para la plenitud y felicidad propias. Del mismo modo, y aplicado no solo al desarrollo personal, sino a todo el sistema del cosmos, Heráclito dirá que se trata de una lucha de contrarios, de un fluir constante que se equilibra a sí mismo debido a sus propias desigualdades, esto es: para que exista armonía ha de existir la guerra.
                Nietzsche tenía mucho de combativo, y en más de una ocasión defendió que la guerra fuera necesaria: esto no hay que entenderlo en la errónea pero comúnmente aceptada idea de que Nietzsche es el predecesor del nazismo, sino que su misma vitalidad es producto de una lucha con el medio, su misma oposición con el mundo representa su individualidad, y con ella, la voluntad de vivir.
                ¿Cómo hemos de entender esta constante guerra, en términos de Heráclito? Pues bien, su metafísica, que se fundamentaba en el elemento del fuego (esto es, una metafísica monista), se podría definir como justicia cósmica, y más bien representaba una visión materialista del universo, donde los cambios son producidos por una lucha de opuestos que hacen del mundo un constante cambio pero siempre en equilibrio, tanto en la materia como en el pensamiento: la muerte de una cosa significa el nacimiento de otra, los elementos en igualdad de poder y constante oposición. De este modo, dirá que lo uno es todo y que todo es uno, y a su vez, que el mundo es y será siempre cambio, o como defendería Hegel, una síntesis de contrarios.
                Es posible ver en esto cierta analogía con Nietzsche que, transmutándolo en términos morales, defenderá una superación de los términos “bueno” y “malo”. Pues si el mal es necesario para la felicidad, o el equilibrio, no es malo en sí, sino relativamente en una situación dada. El bien y el mal se identifican en una síntesis que culmina en el desarrollo propio, o dicho en palabras de Séneca: “ignorar las desgracias es ignorar la otra mitad de la vida”, “quien más desgraciado es, más dichoso será en el futuro”; y que representa perfectamente Demetrio cuando dice: “no existe persona más desgraciada que aquella que no ha sufrido desgracia alguna”. De todo ello se desprende una visión del mundo que es constante lucha, el mal de ahora será bien en el futuro y viceversa, o lo que es lo mismo, en palabras de Heráclito: “guerra es justicia”. Así, Heráclito dirá que “lo bueno y lo malo es uno” y que “para Dios todas las cosas son buenas”, al contrario que sucede con el hombre.
                Si bien Heráclito habla de Dios (en contraposición a los “dioses”), y Nietzsche declara la muerte de Dios, no se trata del mismo en ambos. Cuando Nietzsche declara la muerte de Dios, no niega la espiritualidad, pues, como diría “el niño dice: todo yo soy cuerpo y alma, ¿y porque no expresarse como los niños?”. Nietzsche declara la muerte del Dios cristiano por someter al hombre, y Heráclito dirá que Dios es la encarnación de la justicia cósmica. No hay oposición entre ambas posturas. El Dios de Heráclito probablemente sea la visión impactante del mundo como sistema organizado, imponente e inconmensurable, y a la vez vivo y en movimiento. Seguramente no se tratara de una entidad creadora, sino de la manifestación de la magnificencia del universo. Y en esto mismo no está en oposición con Nietzsche, que hablaba de la vida terrena, de la naturaleza y las pasiones. Dios es lo que está en todo, y con ello no hablamos de una personalidad cuasi-material y superior, sino del mundo mismo, que no es un pozo de desgracias como hicieron creer los cristianos, sino precisamente el fundamento de la vida, y por ende, en cierto modo, un Dios.
                Podemos observar que ambos defienden una vida interior, un ascetismo profundo que emana de las mismas ansias de vivir. Vivir es conocer y expresarse, y el mundo es el lugar idóneo para ello. El mundo ofrece todas las posibilidades, es eterno (si se permite el término, en cuando el fuego central nunca se apaga, solo se transforma, constantemente), y por ende, el motivo de la vida. La vida es conjunción de corporeidad y espiritualidad, y en esto encajan bastante bien la importancia del término “salud” en Nietzsche y la idea de gimnasia en la antigua Grecia, disciplina fundamental. Vemos, por tanto, la importancia de la vida en ambos autores           
                ¿Por qué entonces el carácter oscuro e incluso melancólico en ambos? Hemos visto lo magnifico que es el universo; mas el hombre común, sin embargo, parece ciego ante tal visión. Heráclito, como Nietzsche, despreciaba a las masas por su igualdad, así como por su bajeza ante la vida. Heráclito llegará a decir que “a los efesios les convendría ahorcarse, al menos todos los hombres adultos, porque han desterrado a Hermodoro, el mejor, diciendo: no queremos un hombre que destaque entre nosotros”. Es fácil de comprender, la sociedad exige igualdad, más no todos los hombres son iguales, de modo que se produce una colisión entre el individuo y la sociedad cuando el primero demuestra una superioridad intelectual o moral (se acepta sin embargo la desigualdad de poder o económica). ¿Qué se deriva de esto? No ya la desigualdad en cuanto a capacidad se refiere, sino una completa oposición entre ambos, una exclusión. La sociedad muestra entonces desprecio y el despreciado conocerá los manjares que la soledad ofrece. La soledad es intimidad, conocimiento de uno mismo, reflexividad, y por tanto, conocimiento del mundo. Aquí radica la espiritualidad antes mencionada. Todo el mundo se compone de opuestos: del mismo modo combaten el espíritu libre y la sociedad, el uno guiado por el conocimiento interior (que como defendería Heráclito era el mismo en todo ser humano: “el Nous es igual en todos”) y el otro guiado sin embargo a través de los prejuicios y la inercia. El conflicto es inevitable.
                ¿Cuáles son las consecuencias? Heráclito dirá, en su anterior cita sobre Hermodoro, que una vez ahorcados todos los efesios, los imberbes deberían gobernar la ciudad. Ello muestra su confianza en el ser humano, en sus posibilidades. La política y la sociedad están corruptas, de eso no hay duda, pero si se acaba con todos los corruptos, el hombre tendrá una nueva oportunidad para guiarse, esta vez sobre principios justos. Nietzsche era sin embargo, más exclusivo. Llegó a afirmar que el hombre común no se merece su existencia, que está condenado, y por tanto, no hay que combatir contra él, sino simplemente dejarle morir; reservaría la superioridad como hombre a unos pocos que fueran capaces de superar al viejo hombre, y con ello no defiende esta práctica a la totalidad, sino a un grupo exclusivo de hombres libres y sanos, opuestos a la masa.

                Merezca o no la totalidad o una exclusividad esta vida superior, o en otras palabras: igualdad de oportunidad y desigualdad en capacidad; hay que preguntarse, ¿es posible alcanzarla, o está inevitablemente reservada para el individuo rebelde, opuesto a todo lo demás, trágica e irresoluble?

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