PLANTEAMIENTO DE LEVI STRAUSS:
Claude Levi Strauss, fundador de la
antropología estructural, método basado en la lingüística homónima creada por
Saussure, fue una de las grandes figuras del s.xx por revolucionar nuestra
hasta entonces perspectiva etnocéntrica respecto a los “salvajes” y los
“civilizados”, destruyendo tal diferencia y demostrando que el pensamiento de
los salvajes no solo es coherente, sino que posee la misma estructura discontinua
que la de los civilizados. Constituye así un aporte fundamental para el
relativismo cultural. Aunque no debemos entender este relativismo como
absoluto, pues eso sería injusto. Levi no hizo de cada cultura un mundo aislado
e inaccesible, al contrario, todas las culturas poseen en común una inmensa
matriz, de la que luego se derivan todas las diferencias. Esta matriz, que en
principio parece un universal, no destruye su propia teoría relativista, pues
se trata de la lógica que sustenta las formas de pensar y las culturas, de las
cuales las diferencias sí son una realidad. Lo que sí creía, sin embargo, era
que el hombre “civilizado” no tenía criterio alguno para llevar nuestros
juicios jerárquicos a otras culturas.
Para
defender su posición Levi hace crítica de Sartre, quien defiende una historia dialéctica de los países
civilizados, que es la que construye al
hombre de modo lineal-evolutivo, desde los indígenas hasta el hombre blanco de
entonces. Lejos de tal posición, Levi apunta a la disolución del hombre, entendida como cambio de medio. La
comprehesión del hombre no culmina en la historia, sino que parte de ella. A
esto lo llama el método progresivo-regresivo, que consta de dos etapas:
1º ETAPA: se observa
lo dado vivido y se analiza el presente. Entonces se captan los antecedentes
que lo originan, se traen de nuevo a la superficie (actualidad), y se integran
en una totalidad significante, esto es, en nuestra comprensión de las cosas.
Aquí es donde se queda Sartre.
2º
ETAPA: renueva la primera en otro plano y otro nivel. Esta interiorización
(integrar lo constituido en lo constituyente) es la que fija a la razón analítica
la distancia por vencer y el impulso a tomar para superar la separación entre
la complejidad del nuevo objeto y los medios intelectuales de los que la razón
dialéctica dispone. Esto conlleva que los objetos serán reducidos a otros, y la
totalidad original se fundirá en otras totalidades. En cada etapa la razón
analítica ha de volver sobre sus pasos para conservar el contacto con la totalidad
vivida, de la que se desprende el fin y medio a seguir.
A la hora de superar la separación
mencionada, el impulso que la razón analítica necesita debe fundamentarse en
una ley contingente, esto es, que
tanto los acontecimientos triunfales de la historia como los no sucedidos son
igual de válidos, y supone una diferencia fundamental entre cambiar (movido por
las condiciones) y actuar (conforme a una totalidad que no excluye lo no
logrado).
Sobre
esta base, Levi hace una rectificación de la historia, que considera falseada y
engrandecida por Sartre. Para Levi, la historia es un conjunto discontinuo formado por dominios de historia, cada uno de los cuales es definido por una
frecuencia propia y por una codificación diferencial del antes y el después.
Para
empezar, la historia no es “en sí”, sino “para alguien”. De un mismo hecho
histórico, existen diferentes historias (por ejemplo, en la revolución
francesa, está la de la aristocracia, la de los jacobinos…), las cuales son
todas verdaderas y anti-simétricas entre sí, irreconciliables. Teniendo esto en
cuenta, el historiador ha de elegir una línea a seguir.
Por
otra parte, cada episodio histórico se resuelve en una multitud de todo tipo de
movimientos, que se traducen en evoluciones inconscientes y se resuelven en
fenómenos. Por consiguiente, dado que el hecho histórico no es más dado que
otros, el historiador lo construye por abstracción. Podemos afirmar pues, que
una historia total confortaría el caos.
Por
último, la historia usa un código para analizar su objeto, éste código es la
cronología. Existen diferentes cronologías que pueden, o no, aglutinar los
mismos sucesos o parte de estos. Las cronologías no se basan en fechas, sino en
clases de fechas, en la que una fecha concreta significa en cuanto que mantiene
relaciones de correlación con las demás fechas. Existen cronologías
“calientes”, densas, de muchos sucesos, y otras frías, que pueden o no se
amplias o reducidas.
De
todo ello deducimos que la historia es un desenvolvimiento discontinuo en cuanto
que compendia solo ciertos hechos históricos a modo de clasificación por
abstracción, que los acontecimientos relevantes para un código no lo son para
otro, y que la historia no es lineal-evolutiva, pues cada código es una
totalidad, y la codificación de los indígenas no es preliminar de la moderna o
contemporánea, sino que simplemente poseen valores independientes en cuanto que
aglutinan conocimientos diferentes. Contrario a lo que defiende Sartre, el
hombre por entero no está refugiado en uno solo de los modos históricos.
¿Hacia dónde se encamina Levi Strauss con
esta explicación de cómo es la historia? Sin duda a las diferentes formas de
conocimiento. Se podría decir que la historia como tal es un medio útil para el
progreso, pues la información es esencial para el desarrollo de las técnicas
humanas (a la par que el conocimiento de las leyes de la naturaleza). Existen
dos tipos de historia y, del mismo modo, dos tipos de pensamiento.
Una
es la historia débil, biográfica y anecdótica, muy rica desde el punto de vista
de la información. La otra es la historia fuerte, sistematizada y totalizada
por abstracción. La débil no posee inteligibilidad por sí misma, sino que la
obtiene al ser asumida por la historia fuerte. Por ello, según el nivel en que
se coloque el historiador, gana en información lo que pierde en comprehesión y
viceversa. Para salir de este dilema debemos reconocer que a la historia no
corresponde un objeto, ni siquiera el hombre, sino que consiste totalmente en
su método. Un método según el conocimiento que compendie.
De
este modo, paralelo a estas dos historias, existen dos tipos de conocimientos o
pensamientos, el domesticado y el salvaje:
Al
pensamiento domesticado corresponden las propiedades sensibles y concretas, y
se manifiesta en la praxis a través de las técnicas (medicina, ganadería…)
Al
pensamiento salvaje corresponden las propiedades formales, abstractas, y se
manifiesta en la ciencia. El pensamiento salvaje toma la información “como de
espejos en una habitación cerrada”, reflejándose cada uno infinidad de veces en
los demás. Cada imagen contiene un conocimiento parcial, y del conjunto de
imágenes se desprenden las cualidades invariables. El pensamiento salvaje
“reconstruye” las imágenes en un “edificio mental” o proyección. Se trata de un
sistema de conceptos sumergido en imágenes, en donde toda razón constituyente
supone una razón constituida.
Estos
dos caminos, independientes el uno del otro, tanto en el tiempo como en el
espacio (hasta mediados del s.xx), conducen a dos saberes diferentes pero
igualmente positivos: ciencia y técnica. Aquí toma validez el paso de las leyes
de la naturaleza a las de la información y su viceversa, o lo que es lo mismo,
el mundo de la comunicación se puede alcanzar por vías de la física, y el mundo
físico se puede alcanzar por vías de la comunicación. Así se cierra el sistema
de conocimiento humano.
Podemos afirmar que ninguno de estos dos
conocimientos es inferior al otro, simplemente son diferentes. Y que, por
tanto, no se puede deducir de ello la superioridad de los países civilizados
así como tampoco una evolución del hombre en cuanto al tipo de saber se refiere.
Al contrario, cada sistema cultural posee un universo semántico totalizador
acorde a la manera en que se impone la presencia de un objeto cuya estructura
elemental ofrece la imagen de una complejidad discontinua. Así ocurre tanto en
los civilizados como en los indígenas. El tipo de conocimiento que predomina en
una cultura no determina el nivel de evolución que posee, sino las condiciones
del medio en que vive, para las cuales dicho tipo de conocimiento resulta más
útil.
CRÍTICA
DE ALVARGONZALEZ Y CONCLUSIÓN
Así pues, todas las culturas son iguales
en cuanto a la estructura de pensamiento pero no en el modo de vida, en las
costumbres ni en la religión así como en otros asuntos, aunque sí comparten la
lógica sobre la que se desarrollan éstas.
Visto
esto, resulta un tanto superflua la crítica que ofrece Alvargonzalez, que
pretende desbancar todo relativismo de raíz aduciendo a ciertos inconvenientes
de la teoría relativista. Alvargonzalez procede desde la siguiente definición
de relativismo cultural: “todos los sistemas culturales son intrínsecamente
iguales en valor, y toda pauta cultural es intrínsecamente tan digna de respeto
como las demás”. Según esto, todas las prácticas de una cultura han de ser
aceptadas, he aquí el problema. Es bien sabido que ciertas culturas se
enorgullecen de identificarse con ciertas prácticas que podríamos considerar
como inhumanas, es el caso de la clitoridectomía.
El
razonamiento de Alvargonzalez es el siguiente: una práctica tal no tiene
justificación alguna (y mucho menos científica), pues atenta contra los
derechos más elementales, los que afectan a la propia supervivencia y la
conservación de la integridad física. De tal modo, si podemos condenar una
práctica cultural por motivos éticos, esto supone que los derechos éticos
elementales de la persona son universales por su estructura lógico-material,
independientemente de haber sido construidos en la cultura occidental. Estas
“faltas” culturales son la mejor defensa para negar el relativismo en ética así
como en otras disciplinas.
Si
el relativismo exige el mismo valor para una actitud deplorable como esta,
sería razonable despreciar el relativismo. Así piensa Alvargonzalez. Así se
atribuye superioridad a la propia nación, a la europea, la inventora de la
filosofía y la ciencia (aunque esto es un tanto cuestionable). Pero entonces
debemos preguntarnos qué entendemos por cultura, si una definición exacta y
estática de las costumbres (moral, política, religión…) de un pueblo dada por
su élite o sus teólogos, o al pueblo mismo que participa de un tronco de
costumbres comunes y una multitud de ramas que apuntan al desarrollo y el bienestar
a partir de éstas en constante cambio. Es innegable que todas las culturas
están en desarrollo, y que todas, incluida la europea, atenta contra diferentes
derechos elementales, de una u otra manera, a ellos mismos o a otras culturas.
Así pues, criticar los aspectos más bajos de una cultura para realzar el
esplendor de la propia, es poco menos que bajeza también.
Cierto
que el relativista se inclina en favor de la moral particular de las culturas
(punto de vista emic). Pero a ojos de Levi, las culturas no son herméticas, sino
que pueden entenderse y llegar a una ética común. Cierto que todo individuo de
la raza humana, independientemente de su cultura, posee la misma estructura
lógico-material. Pero Levi no hace de ello un universalismo ético ni político.
La lucha por los derechos elementales, los que garantizan la integridad
lógico-material de los individuos, es una lucha constante en cada cultura, en
cada pueblo, así como la misma privación de ellos supone el beneficio de una
élite. Pero ello no niega las diferencias culturales reales, ni tampoco supone
la superioridad de ninguna. Se puede llegar a ellos de diferentes maneras. Porque donde una cultura se considera más
merecedora de valor en un aspecto, resulta que es tanto más deplorable en otro.
En occidente, por ejemplo, consideramos el capitalismo individualista como un
fundamento de la libertad, mientras que, para un indígena, ponerle precio tanto
a la tierra como al trabajo, especular con la oferta y la demanda, bien podría
ser un signo del despotismo de unos y la esclavitud de otros. Pero esto también
lo piensan muchos europeos. No podemos decir entonces que tal capitalismo sea
inherente a nuestra cultura. Y, por otra parte, no sería justo afirmar que,
partiendo de los mismos derechos elementales, se ha de llegar necesariamente a
un solo sistema moral, político… sino
que, partiendo de éstos, son posibles diferentes sistemas que los garanticen.
Podemos
concluir, pues, que los derechos universales no niegan el relativismo.
Obtenerlos es la misión de cada cultura, en constante lucha entre oprimidos y
opresores. La conservación de la diversidad biológica así como la equiparación de
las opiniones no supone necesariamente un obstáculo a los derechos elementales,
pues la moral y la ética pueden confluir. Si en algún momento en el tiempo y el
espacio lo suponen, entonces podríamos considerarnos con derecho a juzgar tales
aspectos de una cultura, y tal vez obligados a hacerles tomar conciencia. Pero
entonces tendríamos que aceptar que, del mismo modo, las culturas a las que
juzgamos bien podrían educarnos a nosotros en muchos otros aspectos.
El
relativista cultural equipara las culturas como principio metodológico no
porque juzgue razonable y válida todo tipo de práctica, sino porque supone que,
dado que la raza humana está en desarrollo, no es perfecta. Y como ni la más
“civilizada” lo es, entonces no tiene sentido ninguna equiparación. Pues si
juzgamos inferior a unos, entonces nos vemos obligados a juzgarnos inferiores a
todos.
En
conclusión, Levi Strauss no difiere de Alvargonzalez en cuanto a que todas las
razas poseen la misma estructura y, por tanto, los mismos derechos. Pero
mientras Alvargonzalez deduce de ello la negación del relativismo, Levi solo ve
en ello el punto de partida para todas las diferencias existentes, producidas
por las condiciones socio-materiales. Levi creía en una humanidad unificada,
esto es, que la defensa de tales derechos es el objetivo de toda cultura,
aunque unas lo alcancen antes que otras.
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